Hugo M. Delgado A. Periodista. Artículo publicado el 20 de febrero de 2023 en www.venezuelausa.org
En Latinoamérica difícilmente se acoplará, de
manera civilizada, el pensamiento democrático y el comunista. La izquierda lo
único que ha hecho es utilizar las herramientas de la democracia, la violencia
y la anarquía para echar las bases de su carretera hacia su objetivo final:
Utilizar la lucha social, por la vía violenta, para conquistar el poder e
imponer su modelo ideológico.
Para quienes insisten en “los preceptos nobles
y sociales” del Foro de Sao Paulo, solo observen las experiencias de sus
fundadores y pupilos que han gobernado distintos países en Latinoamérica ¿Por
dónde comenzaron a construir sus caminos? Por la violencia. A través de ella
generaron la anarquía necesaria para catapultar liderazgos, candidaturas y a
presidentes, uno de estos ejemplos más recientes, es Gustavo Petro, ahora auto
proclamado como el ungido sobre temas ambientales, humanistas (a pesar de que
sus andanzas guerrilleras llenaron de sangre sus manos), culturales,
indigenistas, etc, pide poderes especiales, tal como los pidieron Hugo Chávez y
ahora Nicolás Maduro, para imponer su ideología.
La izquierda se montó en una carroza con ruedas
impulsadas por la violencia y la anarquía para construir su mundo, y en una región
desconfiada, desigual y vengativa, los discursos encantadores han hecho efecto
en las mentes debilitadas por la falta de razonamiento objetivo y acciones
emocionales, que les impiden deslindar la mentira de la verdad, esta última
necesaria para fortalecer la institucionalidad democrática y tomar las mejores
decisiones.
Con su visión arcaica pretenden venderse como
“progresistas”, usando como instrumento de conquista de poder, la lucha de
clases, obviando cualquier alternativa para las respuestas sociales. Esto hace
que su pensamiento sea obtuso, más cuando existen experiencias fracasadas como
las ocurridas en la Unión Soviética, Europa Oriental, Cuba, Corea del Norte y
China, que han migrado hacia modelos confusos, incapaces de aceptar su fracaso,
con sus sociedades que ya asumieron tácitamente la democracia y el capitalismo
como praxis cotidiana.
De la destrucción del metro de Santiago de
Chile, emergió el inepto presidente Gabriel Boric. De la quema de buses y
estaciones de Transmilenio en Bogotá-Colombia, salió el inepto y corrupto ex
alcalde de la capital colombiana, Gustavo Petro. Ahora lo intentaron en Perú,
pero la institucionalidad respondió con agresividad ante la amenaza. Poco
importó para sus sociedades que esas obras fueron financiadas con el sudor de
sus frentes, a través de sus impuestos, y que nadie pagara por los daños.
Irónicamente, esos pueblos cegados por el resentimiento los eligieron con la
esperanza de un “cambio” que no llegará.
Ese fenómeno también ocurre en una Ecuador, que
ahora está volviendo su vista atrás, para apoyar al corrupto y autócrata,
Rafael Correa; en Brasil con la elección del fundador del Foro de Sao Paulo y
artífice de la red de corrupción más grande conocida en el continente: Lava
Jato-Odebrecht, Ignacio Lula da Silva; o con la mafia de los Kirchner en
Argentina que enterró al país en una eterna crisis.
El presagió del sociólogo, Miguel Ángel Campos,
“de la desmemoria y del olvido estamos hechos los venezolanos” (Prodavinci
11-12-2022), puede extrapolarse al contexto de Latinoamérica. Poco importa si
estos personajes, con prontuarios, asumen la venganza para destruir todo
aquello que “yo” visceralmente creo sean las causas de mis desgracias y
frustraciones, y me alío con ellos. En esta parte del mundo “el mal sí paga”.
La memoria y las experiencias pasadas no tienen cupo en este tipo de
mentalidades porque el resentimiento y el deseo violento para destruir son más
fuertes.
Pero desgraciadamente esa es una constante
humana. Durante la Revolución Francesa (1789) la criminal guillotina arrancó
más de 30 mil cabezas, entre ellas la del rey Luis XVI; sin embargo, la
historia demostró que prevalecieron no sus ejecuciones, sino sus legados no
violentos basados en la filosofía, la sociedad, economía y la política, como
los derechos del hombre y ciudadanos, la educación pública y gratuita y la
separación de poderes.
El biógrafo y novelista austríaco, Stefan
Sweig, en su obra Fouché el genio tenebroso (1956), escribió que muchos de los
sacrificios que hacen “los líderes” no son por valentía, sino por cobardía. Y
la humanidad está llena de estos ejemplos, que son producto de la incapacidad
de los políticos de afrontar los retos que ellos mismos crearon, todo para
satisfacer al pueblo.En el caso de Latinoamérica, sus sociedades están cargadas
de un espectro emocional nada positivo. Esa limitación impide que se abran las
posibilidades de superar esas barreras mentales para ascender hacia estadios de
desarrollo superiores.
Es así como actuó la sociedad venezolana cuando
escogió a Hugo Chávez en 1999, para que tomara la batuta de la venganza,
destruyera la institucionalidad democrática y su estructura social, acaparando
todos los poderes y entregando la soberanía nacional a los peores intereses foráneos
(narcoterrorismo y regímenes dictatoriales).
Igual hizo Colombia, suficiente fueron los
hechos de violencia de 2020 para catapultar a un Gustavo Petro, cuya gestión en
la alcaldía de Bogotá fue inepta y corrupta, que ahora inicia su camino hacia
la destrucción de los logros de la democracia colombiana en materia de salud,
educación, energía, seguridad, previsión social, infraestructura y justicia.
El liderazgo izquierdista es incapaz de
proponer ideas constructivas, partiendo de la multiplicidad de aportes de una sociedad heterogénea, con intereses e
ideologías diferentes, que necesita soñar, aprovechando los avances de la
tecnología, la cultura, la biotecnología, la educación, la globalización, de la
lucha universal contra la pobreza, etc.
En esa propuesta de justicia social, que venden
como el sueño posible, los izquierdista han demostrado su gran capacidad para
arruinar a sus países. Son buenos gastando, regalando, pero son malos para
producir, generar riqueza e instrumentar políticas fiscales que permitan
sustentar realmente los programas sociales que deberían ir más allá de la
compra de votos vía dádivas.
Por ejemplo, el intento de modificar la salud
en Colombia busca atrapar las fuentes económicas y sociales que le permitan a
Petro, hacer proselitismo político con miras a controlar el poder a largo
plazo, creando una robusta burocracia, como lo hizo el chavismo en Venezuela, o
los Kirchner en Argentina, y las redes de corrupción para favorecer a su
nomenclatura, con “puestos” o contratos que dejen buenas comisiones.
Asaltar las fuentes de riqueza, en el caso de
Colombia, implica ir tras los fondos generados por el sector privado, dado que
su Estado es débil y tiene pocas fuentes de ingresos (el petróleo sólo
representa el 10% aproximadamente de los ingresos corrientes del Gobierno
nacional según la Agencia Nacional de Hidrocarburos). Esta intención implica
una lucha abierta entre las instituciones (ya varias filtradas por la
izquierda) y los propósitos autócratas que persigue el inepto ex alcalde.
El auge de la izquierda en los primeros años
del siglo XXI estuvo de la mano de la bonanza de las materias primas, que
favorecieron a las raquíticas y monoproductoras economías de Latinoamérica. Fue
muy fácil regalar los dineros del “boom”, pero pasada la prosperidad se vieron
“las costuras de la pelota”: Deudas externas, déficit fiscal, protestas por
incumplimiento de beneficios sociales, quiebra de empresas públicas, etc.
Las fallas en la defensa de la
institucionalidad de sus democracias obedecen al error de haberlas construido
sobre estructuras corruptas, coercitivas e injustas, que impactaron
temporalmente, pero a largo plazo fueron incapaces de proyectar los logros
alcanzados, como sucedió en Chile, Venezuela y Colombia. Pocas lograron
consolidar sus instituciones y reducir las desigualdades, como ocurrió con el
caso Costa Rica. El reto ahora es encontrar propuestas ideológicas prácticas
que contrarresten el ímpetu de quienes se ocultan tras relativismos y la
posverdad que están causando daños de incalculables efectos.
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