Hugo M. Delgado A. Periodista.
“A la memoria de mi amigo, Larry Bastidas Guanipa, devorado por
los sueños y la vorágine del Darién”
La
foto dramática de la noticia de abrir la edición del New York Times del 7 de
octubre de 2022, con una pareja de venezolanos y sus dos pequeños hijos llenos
de barro, atravesando la peligrosa selva del Tapón del Darién en la frontera
colombo-panameña, refleja el desespero que vive la población, bajo el destino
creado por el régimen chavista de Nicolás Madura y su nomenclatura, incluyendo
inescrupulosos banqueros, empresarios y alacranes de la oposición vendidos por
treinta monedas.
La
estrategia del miedo y la desesperanza desatada por el chavismo hace más de dos
décadas, ha construido la cárcel mental de una sociedad que acepta lo malo como
normal, que se unió con la inoperancia y el vacío dejado por quienes debían
defender la institucionalidad democrática, abriendo la puerta para que siete
millones de sus pobladores huyeran hacia cualquier parte del mundo. Una experiencia
jamás vista en el país más atractivo del continente, que ahora vive los desprecios
de quienes se cobijaron bajo su manto.
Ese
fenómeno no es novedoso en su historia. Desde el siglo XIX se conocen
antecedentes del interés mostrado por distintos presidentes, desde José Antonio
Páez (1831), por estimular la venida de españoles, canarios, italianos,
ingleses, franceses, daneses, alemanes, asiáticos, etc. En el siglo XX, la
Venezuela devastada por las guerras de independencia y entre caudillos, y
enfermedades endémicas, quedó sin gente y retomó su política de “traer emigrantes
especialmente europeos”.
Escriben
Brenda Yépez y Gloria Marrero en La sociedad en el siglo XX venezolano, que entre 1873 y
1891 la población se incrementó de 1,7 a 2,2 millones de habitantes. A
principios del siglo XX, el territorio era muy grande para una población que
aumentaba lentamente. Hasta mediados de este siglo se estima que la cifra
osciló entre 5 y 7 millones. Con el
aliciente del maná negro (petróleo), la sociedad y la economía comenzaron a dar
sus primeros pasos hacia una relativa modernización, revirtiendo así, la imagen
del país pobre para convertirse en un centro atractivo para gentes de todo el
mundo: europeos, norteamericanos, asiáticos, árabes, africanos y latinoamericanos.
Luego
de quitarle la silla a su compadre y paisano, Cipriano Castro (1854-1924), el
general Juan Vicente Gómez (1854-1935), instaura la dictadura más prolongada en
Venezuela, entre 1908 y 1935, período durante el cual se inicia el proceso de conformación
del país y el petróleo comienza a generar su particular cultura. La necesidad
de poblar y de construir una visión de país hizo que las políticas de
inmigración se acentuaran. Las guerras europeas provocaron la estampida de
millones de españoles, italianos, portugueses, alemanes, etc, y la
inestabilidad y las crisis latinoamericanas en países como Colombia, Ecuador,
Perú, Argentina, Uruguay, Chile, principalmente, hizo que grandes grupos
también buscaran el paraíso.
Decía
el historiador izquierdista, Domingo Alberto Rangel (1923-2012) en su libro
“Venezuela en tres siglos” (1998), que el país se convirtió en destino por
excelencia, por su estabilidad, movilidad social y riqueza. El venezolano no
emigraba hasta que llegó Hugo Chávez. A pesar de ser un ácido crítico de la
democracia, Rangel reconoció que al final de sus días el período más estable y
de mayor desarrollo de la historia fue en la democracia, con sus aciertos y
desaciertos. Durante ese período cobijó a perseguidos políticos del mundo, les
garantizó sus derechos, les permitió conformar familias, facilitó la inversión
y el país prosperó; era una especie de isla en medio de la inestabilidad del
continente latinoamericano y de Europa, medio oriente y Asia.
A
esto se unió la formación profesional de los venezolanos que estudiaron en las
mejores universidades de Estados Unidos de América (EUA), Europa y
Latinoamérica. Ese legado formativo posterior a la década de los ´70 propició el ascenso social, impulsó la
formación en las universidades públicas, el desarrollo del sector petrolero y
del resto de la economía. A principios del siglo XXI la situación política
desestabilizó la nación y la tendencia migratoria se revirtió hasta convertirse
en una de las naciones con mayor número de emigrantes del mundo, según
recientes estimaciones de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), la
ubica en aproximadamente 7 millones de personas.
Aunque
la propaganda oficial señala que el 60% ha regresado, es mentira. Lo que está
ocurriendo en el Tapón del Darién, en Centroamérica y Estados Unidos de
América, lo evidencian. Nadie se va si las cosas están bien. Sí van a regresar
venezolanos que pasaron muchas dificultades y humillaciones y tienen alguna
propiedad. Prefieren retornar y asumir que el “país está mejorando”. Tratan de
ver una luz en el camino y es justificado por el padecimiento sufrido. Pero eso que quieren vender la nomenclatura,
los empresarios, los políticos que viven de la situación, es contrario a un
contexto cuya productividad cayó más del 80% en los últimos siete años, con
bajos salarios, servicios deficientes, educación y salud malos, inflación,
dolarización de los precios, especulación, inseguridad y pérdida del Estado de
derecho.
Sin
inversión transparente nacional e internacional difícilmente se puede explicar
un crecimiento productivo y, obviamente, un mejoramiento en la calidad de vida
de los venezolanos. Y en el caso del sector petrolero, a pesar de los altos
precios del mercado producto de la guerra ruso-ucraniana, la industria no tiene
capacidad para aumentar su producción producto de la falta de sinversión en
mantenimiento y nuevos proyectos.
Las
remesas y la economía negra (corrupción, contrabando, narcolavado, extracción y
venta de metales preciosos y coltan) son las que están sacando la cara en el
aparente mejoramiento que promueve el régimen, los empresarios favorecidos por
el desorden económico y los analistas perseguidores de clientes potenciales,
pero mientras persista la inestabilidad política y la falta de garantías
legales, difícilmente habrá un crecimiento transparente y verdadero.
Ante
este escenario nada fácil y vista la diáspora venezolana que aún con las
humillaciones, trabas migratorias, peligros y xenofobias de naciones que antes
recibían a los venezolanos con los brazos abiertos (Panamá, Colombia, México,
Aruba, Curazao, Miami, entre otros), la hemorragia humana sigue, principalmente
hacia Estados Unidos, ahora a través de México, San Andrés islas, el Tapón del
Darién y Centroamérica.
El
asunto no es querer proyectar una inexplicable y exitosa mejoría, es que la
población no tiene confianza en un futuro mejor, por eso siguen huyendo. Los números maquillados y los discursos que
ilusionan a quienes se marcharon, no son suficiente para levantar el ánimo, más
en un escenario sin líderes confiables en la oposición y el chavismo, cuyas
dirigencias viven de la crisis y explotan las necesidades de los angustiados
pobladores que ya no saben en quien creer.
Ahora
cuando Venezuela necesita del apoyo de esas naciones interesadas, para combatir
la tiranía del régimen genocida y corrupto le dan la espalda a su población
azotada económica y políticamente. Le otorgan reconocimiento a un ilegítimo
mandatario, violador de toda norma democrática e institucional, solo porque hay
intereses y hay que buscar una salida que le garantice la impunidad ante el
saqueo de la riqueza nacional, el crimen contra su población y el ecosistema, y
la injerencia perversa en naciones vecinas, sin sanción ni castigo alguno.
La
humillación vivida por los venezolanos es evidente. Naciones antes favorecidas ahora son
acérrimas perseguidoras. Incluso algunas se convirtieron en cómplices del
saqueo y ahora desprecian al venezolano empobrecido, entre estas se cuentan
Panamá, Andorra, Aruba, Curazao y Miami –por ejemplo-, favorecidas con los
dineros drenados por la corrupción de la nomenclatura chavista y de empresarios
enchufados cómplices del saqueo y la bancarrota.
Para ellos no hay censura, entran en sus aviones o yates privados impunemente, porque el dinero tapa todo y hasta visa de EUA tienen. Es la lección ingrata de la historia que permite ver cómo cientos de venezolanos huyen hacia “el sueño americano”, viviendo las penurias en las calles, desnudos y pidiendo limosna en la frontera entre Panamá y Costa Rica, o cruzando el peligroso Tapón del Darién con sus familias, o recorriendo las carreteras de Colombia a pie, o cruzando el peligroso desierto de Atacama (Chile), ante la mirada desinteresada de naciones cuyos hijos antes se resguardaron en Venezuela, de la nomenclatura rojita, de empresarios y políticos opositores beneficiados por la revolución chavista poco interesados en que esta situación se resuelva porque de ella viven.