Hugo M. Delgado A. Periodista. Artículo publicado el 28-08-2023 en www.venezuelausa.org
Nada novedoso es lo que está sucediendo en Venezuela. La llegada de Hugo Chávez al poder forma parte de un proceso de descomposición que cada día acentúa el deterioro de un modelo de país que nadie, hasta el momento, se atreve a dejar atrás. La academia llamada a pensar y generar conocimiento vive un episodio oscuro, producto de la desinversión en infraestructura y tecnología, condiciones básicas para que su élite intelectual desarrollara su capacidad de análisis y propusiera los cambios del país del siglo XXI.
En los puntos de vista de los sectores que hacen vida activa en Venezuela, el modelo petrolero agonizante y descompuesto sigue vigente. Los que están usufructuando el poder (el chavismo y los enchufados) no se atreven a desarrollar ninguna discusión porque la renta les da poder económico y político, mientras los que están del otro lado solo aspiran a comer de la torta, sin prever que la humanidad camina a pasos agigantados hacia la “transformación del ecosistema digital”, en el cual gran parte de los países subdesarrollados son actores pasivos.
En el caso Venezuela, la fuga de capital humano (investigadores, docentes, profesionales en su mayoría jóvenes) poco importa a la nomenclatura porque de esa manera, se reducen los ruidos generados por la crítica y el libre pensamiento.
Del otro lado de la acera, el tema se toca por obligación. Los sitios informativos refieren a los logros de los venezolanos en el exterior, de médicos, ingenieros o músicos, que hacen proezas, mientras en el país los hospitales y sus pacientes mueren lentamente, al igual que las universidades, la infraestructura, los servicios o la industria petrolera. Es una realidad evidente que poco importa porque la noticia es el poder político.
Gran parte de lo sucedido con el chavismo es la imposición del militarismo retrógrada. Un legado histórico que acompaña a Venezuela como una gran sombra, que le impide evolucionar realmente hacia un modelo civilista. Un militar decía que ellos solo estaban acostumbrados a “movilizar tropas y que en la administración pública eran incompetentes”. La experiencia en los últimos 23 años lo demuestran. El país recibió más de un billón de dólares de renta petrolera y los resultados, nada halagadores, se reflejan en el incremento de la corrupción, la pobreza y el retroceso en todos los indicadores productivos y sociales.
El otro gran logro del chavismo es integrar al país en el grupo de naciones izquierdistas, cuya ideología ha demostrado su incapacidad de responder a los retos de la sociedad y reproducen los errores del pasado soviético, chino o cubano. La lección que se desprende de esta funesta experiencia es su obsesión por el poder y la corrupción. Mientras, la nación retrocedió en sus indicadores de desarrollo y calidad de vida, y empujó a más de 7.5 millones de su población a emigrar, a buscar un mejor futuro, una pérdida de capital humano de difícil reversión.
Las cuatro décadas de gestión democrática crearon las condiciones para generar el chavismo. Muchos venezolanos vieron en Hugo Chávez, el retorno del gendarme necesario. Evocaron la frase “aquí hace falta una bota”, “un Marcos Pérez Jiménez”, sin percatarse que venía el lobo de la represión, el autoritarismo, la violación de los derechos humanos y la corrupción.
La democracia intentó formar una sociedad de ciudadanos sin lograrlo y, por el contrario, afianzó la “complicidad”, como una acción silente que sólo consolidó los intereses de las hordas que controlaban el poder, aspiraban hacerlo o cohabitaban con él. Tendencia que sigue vigente.
Venezuela marcha por una senda confusa en donde los intereses particulares se desdibujan en la llamada oposición. Unos quieren cohabitar con el chavismo (G-3 Acción Democrática, Un Nuevo Tiempo y Primero Justicia), garantizando la impunidad de los corruptos y criminales del chavismo, aspiran a compartir la torta pidiendo la eliminación de las sanciones económicas impuestas por Estados Unidos de América, desde la gestión de Barack Obama (2017) y acentuadas por Donald Trump (2017-2021); mientras que otros sectores (María Corina Machado) aspiran a que los violadores de los DD.HH. y saqueadores de los bienes públicos, paguen por sus pecados.
Al final del cuento ambos grupos aspiran a lograr el objetivo de sacar al alicaído régimen de Nicolás Maduro, por diferentes vías. El escollo mayor es que esa meta es difícil de lograr por los vínculos del chavismo con la corrupción de la izquierda en el continente, el narcoterrorismo, las oscuras relaciones con Rusia-China-Irán y los crímenes investigados por la Corte Penal Internacional (CPI).
Lamentable es el triste espectáculo de una oposición que ya muestra sus costuras, con las pugnas internas, con sus aspiraciones para reproducir el fracasado y corrupto modelo petrolero y con la falta de propuestas por transformar profundamente el modelo de país.
Es decepcionante ver a empresarios, analistas de todo tipo, voceros partidistas, solapados críticos del régimen que en funciones de gobierno replican los vicios de antaño y los que practica el régimen, y comunicadores sociales mayameros tarifados del régimen para crear zozobra y defenderlos.
Recientemente explicaba un oficial del Ejército de Colombia que mientras los demócratas se empeñaban en sacar cuentas (crecimientos de productos internos brutos, reducción de la pobreza y de las desigualdades, desarrollo del ecosistema digital, etc) los comunistas se dedicaron a “crear cuentos”, con la finalidad de vender las mentiras como verdades en temas ambientales, de derechos humanos, inclusión social, normalización de las desviaciones sexuales y del consumo de drogas, etc.
Sin embargo, decía el polémico candidato a la presidencia de Argentina, Javier Milei, que los resultados del comunismo son fatales, donde han funcionado han fracasado o dejado cementerios con millones de muertos y desaparecidos, consecuencias que los defensores de los derechos humanos no han criticado. La penetración de la Organización de las Naciones Unidos fue sistemática y solo ha propiciado que sus desmanes sean justificados, obviados y olvidados.
En el caso Venezuela esa agenda comunista ha funcionado. El régimen de Nicolás Maduro está logrando sus objetivos de alcanzar reconocimiento luego de su cuestionada reelección de 2018 (el sólo hecho del gobierno de Joe Biden de conversar con representantes del chavismo le dio el espaldarazo, en alianza con el G3 y su maniobra de destituir al gobierno provisional de Juan Guaidó), impunidad ante los crímenes de lesa humanidad, suspensión de las sanciones económicas (la licencia de funcionamiento otorgada por el gobierno de EUA a Chevron está favoreciendo al régimen porque le está generando ingresos por la vía del Impuesto Sobre La Renta) y control total del poder.
La historia nacional tiene muchas experiencias de traiciones, complicidades, negociaciones oscuras, protagonismo militar, ineptitud, indolencia ante el dolor ajeno e injusticias sociales. Desde la traición y entrega al imperio español del generalísimo Francisco de Miranda, hasta la alianza G3-Maduro, ha pasado mucha agua bajo el puente, y las lecciones siguen repitiéndose, por eso concebir un modelo de país distinto es difícil, ya que la sociedad de cómplices sigue funcionando bajo los mismos parámetros, pero con distintos protagonistas, vestidos de manera diferente.
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