Hugo M. Delgado A. Periodista. Artículo publicado el 31 de octubre de 2022 en www.venezuelausa.org
El Semáforo es uno de los avances de la tecnología más
sencillos y conocidos por el hombre. Sin distinción alguna, la mayor parte de
la humanidad aceptó su uso y el control
que esta invención ejerce,
silenciosamente, en la vida de cada población grande o pequeña ubicada en cada
rincón del planeta, donde exista un vehículo de cualquier tipo y viva gente
necesitada de regular su tráfico.
Obviamente, el Semáforo
es un instrumento disuasivo. El hombre está en la libertad de hacerle caso
o no a sus tres luces básicas: Verde, roja y amarilla. Saben que si no obedecen
ponen en riesgo su vida o la del otro. Es un ejercicio de responsabilidad
elemental, que implica “deber ciudadano” y formación educativa. La presencia de
este útil aparato no distingue si la sociedad es o no desarrollada.
Si el Semáforo está en un país (no necesariamente con
mayor poder económico o militar), con una población respetuosa de la norma
legal y con gran responsabilidad social será
más efectivo, protegerá más a su gente. Si –por el contrario- está en una
nación con predominio de la impunidad, gente irresponsable y escasa evolución
en sus relaciones secundarias, su
capacidad controladora se reduce, con consecuencias nefastas.
Así cómo funciona el Semáforo, también lo hacen las
leyes. Su efectividad dependerá de los
intereses y valores del hombre y la sociedad en la que se apliquen.
Difícilmente una normativa legal será viable si su gente no está preparada para
asimilarla y aplicarla en su cotidianidad. En tiempos de auge de las
comunicaciones, el Internet, la telefonía móvil, la Inteligencia Artificial y la
biotecnología, los tiempos de respuesta ante los retos se acortan, porque el conocimiento alcanzado por el hombre,
permite resolverlos más rápido. Con la globalización, el mundo ha logrado una conectividad
sin igual.
Ese fenómeno
globalizante materializa sueños, replica experiencias, estandariza formas
de pensar y actuar, crea culturas comunes de vida, genera nuevos intereses y formas de control, entre ellas, la
vigilancia digital aplicada en la China comunista, y, obviamente, nuevas
amenazas, como el autoritarismo ruso.
Por ejemplo, la Democracia consolidada durante varios siglos se ha
convertido en la mejor experiencia
conocida por la humanidad. Su desarrollo se acelera cuando el equilibrio de sus
componentes es mayor y se atrasa, cuando ocurre lo contrario, generándose crisis sociales, políticas y económicas.
Las crisis de los valores que fundamentan la libertad, ésta como factor clave para el desarrollo y avance de la Democracia, forman parte de su dinámica. Ese conflicto crea nuevos intereses y expectativas grupales, los cuales –a su vez- presionan para que la sociedad y sus élites pensantes desarrollen nuevas respuestas.
Pero como escribió el pensador inglés, John Stuart
Mill (1806-1873): A menudo, la sociedad
puede caer en la ignorancia y el error, esta tendencia se pude profundizar
por la autoridad de pocos y la conformidad de las mayorías. Es lo que el mundo
democrático está viviendo, en este momento, cuando desde su interior emergen
figuras autoritarias, corruptas y sin valores, que manipulando el resentimiento
y las desigualdades de las minorías que se
mueven en su interior, buscan espacios para sus propuestas, proponiendo y
manifestando –silenciosa o violentamente- sus inquietudes, pero el tiempo lo ha
demostrado, al final prevalecerán las mejores ideas y las obsoletas e inviables serán descartadas.
Si bien, las minorías tienen derecho a exponer sus
ideas, también es cierto que no las pueden
imponer con agresividad y violencia. Las leyes particulares y recursos que se dirigen a resolver sus problemas
(religiosos, drogas, género, raciales, pobreza, desigualdades históricas) no deben
ser coercitivos. Tampoco pueden
considerarse fórmulas mágicas, palabras bonitas o actos sublimes, para resolver
asuntos complejos, que deben tratarse integralmente, respetando “los valores del otro”.
Imponer es una
opción poco recomendable, porque genera
una contra respuesta que puede ser más perjudicial que el problema original. Es
lo observado con el ascenso de grupos de ultraderecha, que no son más que una reacción al relativismo y la agresividad como
se está imponiendo la agenda de los grupos minoritarios.
Hay polémicas
-por ejemplo- con respecto al combate
contra las drogas. Las naciones con sociedades desarrolladas han liberado
el consumo personal y algunos de sus dirigentes pregonan que debe cesar la
estrategia represiva. Sin embargo, muchos de sus problemas sociales
relacionados con la depresión y desequilibrios mentales, sobredosis,
asesinatos masivos o efectos de madre a
hijo, son generados por ellas.
Esta problemática debe analizarse en profundidad, así
como la corrupción que desata el tráfico de drogas en los mundos político,
militar y económico. Sin duda, gran parte del origen del cultivo y
procesamiento de cocaína, marihuana o morfina en Latinoamérica, Asia o África,
es resultado de la demanda que existe –principalmente- en Europa y Estados
Unidos, con las secuelas corruptas sobre
su banca, su industria militar y su élite gobernante.
Igualmente mostrar
el consumo de drogas, como algo normal, en los medios masivos como el cine,
la televisión y el internet, puede
resultar ajustado a ciertas realidades, pero
en otras latitudes generara efectos devastadores, especialmente en la gente
joven, llamada a ser el futuro, y en materia de seguridad. Aplicar modelos ajenos a sus contextos sin tener condiciones (buenos
sistemas de salud y educativos, una óptima oferta de empleos, estabilidad
laboral, fe en el futuro del país, un poder judicial justo, una dirigencia
política honesta y confiable, una sociedad inclusiva, entre otras) es contradictorio.
Es la lección que se desprende del Semáforo. Su uso y efectividad en el
control y preservación de la vida, dependerá de la libertad de decisión
individual, la ley y la educación ciudadana. La particularidad de la Democracia es que de acuerdo con la
sociedad en la que se desarrolle será efectiva o no para su gente, dependiendo
de la calidad de sus instituciones, su formación educativa y de sus valores
(entendidos como las cosas o relaciones que el individuo quiere tener o
disfrutar legítimamente, según la definición de Karl Deutsch).