domingo, 30 de octubre de 2022

El Semáforo

 

Hugo M. Delgado A. Periodista. Artículo publicado el 31 de octubre de 2022 en www.venezuelausa.org

El Semáforo es uno de los avances de la tecnología más sencillos y conocidos por el hombre. Sin distinción alguna, la mayor parte de la humanidad aceptó su uso y el control que  esta invención ejerce, silenciosamente, en la vida de cada población grande o pequeña ubicada en cada rincón del planeta, donde exista un vehículo de cualquier tipo y viva gente necesitada de regular su tráfico.

Obviamente, el Semáforo es un instrumento disuasivo. El hombre está en la libertad de hacerle caso o no a sus tres luces básicas: Verde, roja y amarilla. Saben que si no obedecen ponen en riesgo su vida o la del otro. Es un ejercicio de responsabilidad elemental, que implica “deber ciudadano” y formación educativa. La presencia de este útil aparato no distingue si la sociedad es o no desarrollada.

Si el Semáforo está en un país (no necesariamente con mayor poder económico o militar), con una población respetuosa de la norma legal y con gran responsabilidad social será más efectivo, protegerá más a su gente. Si –por el contrario- está en una nación con predominio de la impunidad, gente irresponsable y escasa evolución en sus relaciones secundarias, su capacidad controladora se reduce, con consecuencias nefastas.

Así cómo funciona el Semáforo, también lo hacen las leyes. Su efectividad dependerá de los intereses y valores del hombre y la sociedad en la que se apliquen. Difícilmente una normativa legal será viable si su gente no está preparada para asimilarla y aplicarla en su cotidianidad. En tiempos de auge de las comunicaciones, el Internet, la telefonía móvil, la Inteligencia Artificial y la biotecnología, los tiempos de respuesta ante los retos se acortan, porque el conocimiento alcanzado por el hombre, permite resolverlos más rápido. Con la globalización, el mundo ha logrado una conectividad sin igual.

Ese fenómeno globalizante materializa sueños, replica experiencias, estandariza formas de pensar y actuar, crea culturas comunes de vida,  genera nuevos intereses  y formas de control, entre ellas, la vigilancia digital aplicada en la China comunista, y, obviamente, nuevas amenazas, como el autoritarismo ruso.  Por ejemplo, la Democracia consolidada durante varios siglos se ha convertido en la mejor experiencia conocida por la humanidad. Su desarrollo se acelera cuando el equilibrio de sus componentes es mayor y se atrasa, cuando ocurre lo contrario, generándose  crisis sociales, políticas  y económicas.

Las crisis de los valores que fundamentan la libertad, ésta como factor clave para el desarrollo y avance de la Democracia, forman parte de su dinámica. Ese conflicto  crea nuevos intereses y expectativas grupales, los cuales  –a su vez- presionan para que la sociedad y sus élites pensantes desarrollen  nuevas respuestas.

Pero como escribió el pensador inglés, John Stuart Mill (1806-1873): A menudo, la sociedad puede caer en la ignorancia y el error, esta tendencia se pude profundizar por la autoridad de pocos y la conformidad de las mayorías. Es lo que el mundo democrático está viviendo, en este momento, cuando desde su interior emergen figuras autoritarias, corruptas y sin valores, que manipulando el resentimiento y las desigualdades  de las minorías que se mueven en su interior, buscan espacios para sus propuestas, proponiendo y manifestando –silenciosa o violentamente- sus inquietudes, pero el tiempo lo ha demostrado, al final prevalecerán las mejores ideas  y las obsoletas e inviables serán descartadas.

Si bien, las minorías tienen derecho a exponer sus ideas, también es cierto que no las pueden imponer con agresividad y violencia. Las leyes particulares y recursos  que se dirigen a resolver sus problemas (religiosos, drogas, género, raciales, pobreza, desigualdades históricas) no deben ser coercitivos. Tampoco pueden considerarse fórmulas mágicas, palabras bonitas o actos sublimes, para resolver asuntos complejos, que deben tratarse integralmente, respetando “los valores del otro”.

Imponer es una opción poco recomendable, porque  genera una contra respuesta que puede ser más perjudicial que el problema original. Es lo observado con el ascenso de grupos de ultraderecha,  que no son más que una  reacción al relativismo y la agresividad como se está imponiendo la agenda de los grupos minoritarios.

Hay polémicas  -por ejemplo- con respecto al combate contra las drogas. Las naciones con sociedades desarrolladas han liberado el consumo personal y algunos de sus dirigentes pregonan que debe cesar la estrategia represiva. Sin embargo, muchos de sus problemas sociales  relacionados con la depresión y  desequilibrios mentales, sobredosis, asesinatos  masivos o efectos de madre a hijo, son generados por ellas.

Esta problemática debe analizarse en profundidad, así como la corrupción que desata el tráfico de drogas en los mundos político, militar y económico. Sin duda, gran parte del origen del cultivo y procesamiento de cocaína, marihuana o morfina en Latinoamérica, Asia o África, es resultado de la demanda que existe –principalmente- en Europa y Estados Unidos, con las secuelas corruptas sobre su banca, su industria militar y su élite gobernante.

Igualmente mostrar el consumo de drogas, como algo normal, en los medios masivos como el cine, la televisión y el internet,  puede resultar ajustado a ciertas realidades, pero en otras latitudes generara efectos devastadores, especialmente en la gente joven, llamada a ser el futuro, y en materia de seguridad. Aplicar modelos ajenos a sus contextos sin tener condiciones (buenos sistemas de salud y educativos, una óptima oferta de empleos, estabilidad laboral, fe en el futuro del país, un poder judicial justo, una dirigencia política honesta y confiable, una sociedad inclusiva, entre otras) es contradictorio.

Es la lección que se desprende del Semáforo. Su uso y efectividad en el control y preservación de la vida, dependerá de la libertad de decisión individual, la ley y la educación ciudadana. La particularidad de la Democracia es que de acuerdo con la sociedad en la que se desarrolle será efectiva o no para su gente, dependiendo de la calidad de sus instituciones, su formación educativa y de sus valores (entendidos como las cosas o relaciones que el individuo quiere tener o disfrutar legítimamente, según la definición de Karl Deutsch).


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