Hugo M. Delgado A. Periodista. Artículo publicado el 6 de marzo de 2023 en www.venezuelausa.org
“No me importa si es Maduro el que sigue
en el poder, solo aspiro que la
situación del país mejore, es parte de mi desespero por ver luz al final de
este túnel construido en estos 23 años de chavismo”, me dice una desesperada
periodista que ya no sabe que explicación dar a una situación que parece no
tener fin.
Es lógico, el conformismo, la desesperación y el agotamiento físico y
psicológico, que sufren –principalmente- quienes aún viven en
Venezuela, y aquellos que pasan penurias en algunos países a los que huyeron, cuando la situación,
causada por el régimen iniciado en 1999 por Hugo Chávez, comenzó a recibir el
impacto del despilfarró de la mayor
bonanza de la historia petrolera (un billón de dólares según cifras
conservadoras ingresaron entre 1999 y
2014 señala la BBC 25-02-2016) y de una corrupción jamás vista en el país, que
generó una fuga de capitales que, según los exministros del extinto coronel,
Jorge Giordani y Héctor Navarro, calculan en más de 300 mil millones de
dólares.
El ingreso petrolero no pudo tapar la ineptitud y la corrupción del régimen
chavista. No impidió el desastre económico y social, que provocó el éxodo de 7.5
millones de venezolanos (según estimaciones de la Organización de las Naciones
Unidas). Tampoco detuvo la quiebra de Petróleos de Venezuela (Pdvsa), el
endeudamiento del país (estiman US $175 mil millones de deuda externa) y la
destrucción del aparato productivo nacional y de su sector agroindustrial.
En este dramático contexto, la sociedad
venezolana busca alternativas para encontrar alguna ilusión que la conduzca hacia un “algo”, y es en ese camino
que los estrategas del régimen han logrado introducir la “falsa mejoría de la
situación”. Nicolás Maduro y sus compinches han vendido la idea de
inexplicables indicadores positivos de crecimiento del Producto Interno Bruto (el PIB es el indicador económico que
refleja el valor monetario de todos los bienes y servicios finales producidos
dentro del territorio de un país), de control
de la inflación y del retorno a la patria de muchos venezolanos.
Es lógico que cualquier efecto rebote va a reflejar una “supuesta mejoría”. Lo
preocupante de la realidad de Venezuela es que los analistas económicos y
políticos, se crean este cuento, sin considerar que para producir más en un
país es necesario invertir, ofrecer garantías legales, crear las condiciones
físicas (infraestructura y servicios) y de seguridad personal, beneficiar al
colectivo con buenos empleos bien remunerados para que la población mejore su
calidad.
A esto se agrega, que la única fuente de
ingresos instaurada por el chavismo como estrategia de control social, político
y económico, fue el petróleo. Nunca tuvo
la intención de revertir el agotado modelo instaurado desde el gomecismo, a
principios del siglo XX, y más bien lo reafirmo para garantizar su permanencia
en el poder. El tiempo le dio la razón a Chávez y Maduro, se estima que los
ingresos por ventas de petróleo representan el 95% de las divisas que entran a
Venezuela, una dependencia absoluta de la venta de hidrocarburos.
Ahora con la entrega de la
comercialización a la compañía norteamericana Chevron, supuestamente para
cobrar una vieja deuda y unos compromisos generados por esos préstamos, el
régimen viola la Constitución Nacional y antepone sus negocios a los intereses
nacionales. La ilusión de la recuperación de Pdvsa, es una ficción, toda vez,
que el deterioro generalizado de sus instalaciones que se acumuló desde la
primera década del siglo XXI, demanda de inversiones mil millonarias que no se
avizoran en el horizonte.
Hace un par de años, un ingeniero de una
compañía petrolera norteamericana, comentaba que solo se puede hablar de verdaderas inversiones en el sector, cuando los
montos superan los 20 mil millones de dólares. “Cuando escuches que
invirtieron 100, 200 o 500 millones esas son cifras que no son importantes en
la industria”, advertía. Y en el escenario actual de incertidumbre, corrupción
e inseguridad, esos grandes montos ni se escuchan.
A la inestable economía, se une otra
realidad que desespera y desilusiona a la mayoría de venezolanos. Lo que está ocurriendo en el campo político
genera incertidumbre, desilusión y una leve esperanza, porque muchos sectores
de la población creen que en las negociaciones entre Estados Unidos de América
(EUA), “la devaluada oposición” y el régimen, están garantizando las elecciones
presidenciales libres y transparentes de 2024.
Hay que destacar que las condiciones
creadas, por el chavismo, durante 23 años, difícilmente facilitaran la entrega
del poder. La pérdida de la soberanía
con la entrega a los intereses cubanos, chinos, rusos, iraníes, al
narcoterrorismo colombiano liderado por las Fuerzas Armadas Revolucionarias de
Colombia (Farc) y el Ejército de Liberación Nacional (ELN) y el terrorismo del
medio oriente, ha convertido a Venezuela en centro de actividades oscuras
que impiden cualquier salida electoral;
la prueba de este problema, es lo que ocurre en la frontera colombo-venezolana,
controlada por los grupos neogranadinos y los carteles mexicanos.
Complica la situación política, las
acciones de una desdibujada oposición,
que ya no se diferencia -en materia de intereses grupales- al régimen. Con
liderazgos enviciados, eternizados en el poder de cada una de sus organizaciones,
demostrando que los asuntos nacionales son secundarios y que el sufrimiento de
las mayorías poco importa, los sectores llamados a generar el cambio, están más
preocupados por el pedazo de torta que se comerán, no importa si para lograrlo
se someten a los designios de la nomenclatura rojita.
Las hachas de guerra ya se sacaron en la oposición, el G3 ya enfiló sus
baterías contra quien lidera las encuestas, María Corina Machado. Algunos
analistas sostienen que para el carnaval electoral 2024, una de las hipótesis
que se maneja es que de la “supuesta oposición”, surgirá un “candidato pana”
con la nomenclatura chavista, que les garantizará –si hay un cambio- que no
habrá persecución contra los corruptos, violadores de los derechos humanos y
genocidas.
Una salida así, reafirmaría la sospechosa
declaración realizada por el secretario general de la OEA, Luis Almagro, en
agosto de 2022, cuando planteó la “tesis
de la cohabitación”, y el diálogo como opciones para Venezuela, y no la
salida irreal, de Maduro, por negociación o elección. Una tarea nada fácil de compartir el poder, como lo advierte el
mismo autor, en la que habrá en el espectro de la oposición un “sector dispuesto a cohabitar” (Manuel
Rosales, Henrique Capriles y Henry Ramos) y otro que no lo aceptan (MCM y
Nicmer Evans).
En medio de esta incertidumbre, como dice
la periodista del inicio de esta historia, los venezolanos comienzan a creer en
cualquier cosa que parezca una ilusión o esperanza, no importa quién lo haga, lo que interesa es que ocurra algún milagro
que saque al país del foso donde está. Lo preocupante de esta postura y lo
observado en la dirigencia política es que nadie piensa en la Venezuela
postpetrolera.
A otro periodista interrogado sobre este
asunto, solamente dijo: “¿Y de qué vamos
a vivir?” Es decir, la cultura petrolera sigue dominando el imaginario
popular reflejado en la Venezuela Saudita, el ta´ barato dame dos, el país
derrochador, supeditado a vivir de la renta petrolera, con el mínimo esfuerzo;
es esa sociedad que hasta este momento no
está construyendo el nuevo modelo de nación, que supere ese concepto que
nunca se terminó de asumir y quedó inconcluso, el cual –a su vez- generó sus propios
males (los factores de desigualdad que dieron origen al chavismo) que destruyeron
la ilusión de nación rica.
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