Hugo M. Delgado A. Periodista. Fotografía: Gustavo Baüer Grimán.
Parece no importarles nada. Lo que no favorezca a sus intereses no existe. Ese viejo paradigma no es novedoso para quienes ostentan el poder, en la antigua Unión de Repúblicas Socialista Soviéticas (URSS) y sus satélites, era una constante pero se acentúa en los gobernantes que no están preparados para su manejo, más si su carga emocional arrastra frustraciones humanas, resentimientos y una alta dosis de venganza. Con tamaña herencia emocional, estos personajes se vuelven más peligrosos y destructivos.
Lo que está ocurriendo en los últimos días en el Lago de Maracaibo, específicamente en Los Palafitos de Santa Rosa de Agua en Maracaibo, dice el fotoperiodista Gustavo Bauer Grimán, parece que a nadie le importa. Un silencio que el también periodista zuliano, Daniel Danieri, critica porque ninguna autoridad regional y nacional ha dicho algo, ante la muerte silenciosa del principal reservorio de agua dulce de Venezuela, fuente de vida de mucha gente y símbolo de la identidad zuliana.
Los derrames petroleros son comunes en el Lago de Maracaibo y en la costa venezolana donde hay explotación petrolera desde hace más de una década y son producto de la falta de mantenimiento, la corrupción y la ineptitud. Ya lo advertían expertos desde que ocurrió el accidente de Amuay en 2012, en el que el entonces presidente de Petróleos de Venezuela, Rafael Ramírez, ocultó la dimensión de los muertos y los daños, y manipuló la información sobre el control del incendio, realizado por una empresa norteamericana especializada en este tipo de eventos.
En Venezuela no ocurre nada porque el silencio del régimen y sus cómplices solo buscan ocultar la verdad. Y la sociedad venezolana le hace el juego. En las redes sociales de grupos internacionales, los migrantes -por ejemplo- alegan que no se inscriben para participar en la internas de la oposición “porque le tienen miedo a Maduro”, es lógico que “la zona de confort” de los países donde viven crea nuevos intereses, incluso, a muchos ya poco les importa lo que pasa en Venezuela porque están sumergidos en sus nuevas vidas.
Es el efecto terror de un régimen genocida, manchado con la sangre de cientos de víctimas asesinadas y torturadas, ahora reconocido por Estados Unidos de América (EUA) y otras naciones, el G3 que baila a su ritmo y de una sociedad que acepta cualquier perversa acción de una nomenclatura poco interesada en resolver sus problemas de miseria, más interesada en mantener sus privilegios, abusar del poder y saquear los dineros públicos. 24 años de experiencia así lo evidencia.
Venezuela vive tiempos difíciles, no solo por razones económicas y políticas, sino por el daño espiritual que sufrió, con la destrucción de sus familias, de los valores y de las instituciones. Es una hecho letal para un país que se cree rico porque tiene petróleo, pero no entiende que la riqueza esta en su gente, en su educación como eje del desarrollo y el respeto a sus principios como nación y a todos sus recursos naturales como fuente de vida.
El daño letal de ese mamotreto disfrazado de socialismo del siglo XXI, inventado por la mente quincallera de Hugo Chávez, es parte de un rompecabezas que trata de reivindicar una ideología fracasada, cuyos máximos exponentes China y la URSS así lo demuestran. Esa secuela lapidaria no solo azota a Venezuela, sino al continente Latinoamericano, en donde personajes de izquierda con grandes complejos, resentimientos y deseos de venganza, lideran esa corriente que llaman “progresista”.
Soportados por “el relativismo” intentan imponer sus desequilibradas emociones (drogas y genero) irrespetando a quien no piensa igual que ellos, como dice Scott Galloway, autor, de la obra “Estados Unidos a la deriva”. Supuestamente intentan reivindicar a los pobres y excluidos históricamente, asaltado el poder para robar a manos llenas, vivir la vida loca a expensas de los dineros públicos y tratan de imponer sus desordenes personales como normas sociales.
Es así que se ven mandatarios como Gustavo Petro que tratan de imponer el consumo de drogas como algo normal en una sociedad con graves problemas mentales y deficiencias en los estándares de bienestar social, reflejados en un incierto futuro para a sus jóvenes, y arrastran deseos de venganza y resentimiento. Su capacidad de construir es nula porque viven de la explotación de las miserias humanas, de la violencia, de la anarquía y el caos. Poco les importa que sus actos de gobierno solo generen atraso, desperdicien oportunidades históricas para resolver los problemas fundamentales como la desigualad y la pobreza, relegando estos asuntos a intereses netamente electorales y de poder, expresados en clientelares subsidios inútiles y la destrucción de la institucionalidad para imponer sus intereses, porque los únicos que tienen la razón son ellos.
Cuando llegan al poder lo primero que hacen es plantear una constituyente, para hacer las leyes a su medida y justificar sus desequilibrios mentales. Evocando a unos de sus autores favoritos, el periodista Antonio Marcano (+) decía que “en nuestro continente quienes construyen las leyes también arman las trampas para violarlas”. Todos sufren del mismo mal y lo justifican con la relatividad en la aplicación de la legalidad que la utilizan para garantizar su impunidad. Sólo buscan monopolizar el poder y eternizarse en él.
Esta expresión de Antonio Marcano se evidencia en Venezuela, con los desmanes de la nomenclatura que vive entre lujos y roba a manos llenas cientos y miles de millones de dólares, sin que exista justicia alguna que los sancione. O cuando se observa a la esposa de Gustavo Petro, Verónica Alcocer García, en una relajante faena de masajes con finas cremas de marihuana, en la casa de vacaciones presidencial de Cartagena, con un masajista a quien le pagan 30 millones de pesos. O cuando su marido y la resentida vicepresidenta, Francia Márquez, que ahora se traslada en helicóptero hasta su casa porque le estresa el tráfico vehicular, en diez meses de gestión, han gastado más de cuatro mil millones de pesos en viajes. El asunto es que el dinero es de los colombianos y no sale de sus bolsillos. Lo peor es que con arrogantes respuestas justifican sus desequilibrados actos.
Ya lo decía en una entrevista realizada en España, durante la presentación de su más reciente libro, Los genios , el periodista peruano, Jaime Bayly, que los mandatarios de derecha en Latinoamérica, sí roban, muchos injustificadamente porque son millonarios de cuna, pero los de izquierda arrasan con todo. Si se revisan solo tres casos se evidencia lo dicho por Bayly, Ignacio Lula Da Silva con su escándalo de Odebrecht que cubrió de corrupción al continente y África, el de Hugo Chávez en Venezuela y el de los Kirchner en Argentina. Aunque Petro, explicaba un político colombiano, puede convertirse en uno de los peores presidentes y de los más corruptos; diez meses de gestión ya lo están evidenciando.
La religión cristiana señala que cada 24 de agosto, en el Día de San Bartolomé,“el Diablo anda suelto”, de acuerdo con esta creencia, el diablo sale de su escondite para cobrar venganza ya que el bien siempre saldría victorioso. En Latinoamérica este fenómeno es evidente, ahora le queda al “lado bueno de la sociedad” contrarrestar a ese diablo amante de la violencia, el resentimiento, la anarquía, la corrupción y la venganza. No hay peor actitud que asumir la derrota, el pesimismo y “el no hacer nada”, mientras el mal hace de las suyas, como escribió el pensador británico, Edmund Burke.
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