Hugo M. Delgado A.-Periodista.
La
reunión entre los presidentes de Rusia, Vladimir Putin, y China, Xi Jinping, el
pasado 15 de septiembre de 2022, con el objetivo de revisar sus intenciones de
crear un “nuevo orden mundial”, abre
la discusión sobre las posibilidades o no de concretarlas; o simplemente el mundo
del siglo XXI decidirá contrarrestar la autocracia y vivir con las libertades
que le otorga la democracia.
Es
un dilema planteado por pensadores como el historiador israelí, Yuval Noah
Harari, quien considera a la autocracia
y la tecnología como las amenazas más relevantes que debe enfrentar la
democracia. La ventaja que tiene ésta última, decía el expresidente de Chrysler
Motors, Lee Iacocca (1924-2019), es que su proceso de formación tiene más de
dos mil años.
En
los últimos siglos, y en especial XX y XXI , dice el periodista egresado de la
Universidad del Zulia (LUZ) y decano de la Facultad de Comunicación Social de
la Universidad de Sharjah en los Emiratos Árabes Unidos, Jairo Lugo, que la democracia asimiló cambios estructurales importantes como la
revolución industrial y el acelerado desarrollo en los campos científico,
tecnológico, económico, político y cultural, fortaleciéndola –por una parte- y
también creándole retos y amenazas –por otra-; pero al final, su historia ha
demostrado que es el modelo que ha resuelto mejor los obstáculos y le ha permitido
a la humanidad profundizar en materia de libertad.
La globalización y el
Internet marcaron definitivamente
el siglo XXI. Transformaron las prioridades de la humanidad: Libertad, derecho
a decidir, reducción de las desigualdades, educación, participación activa en
el proceso de comunicación y protección ambiental. Sin embargo, los rezagos
histórico-ideológicos también sobrevivieron en el tiempo con el comunismo y el
autoritarismo, modelos que ya demostraron y siguen haciéndolo –lo reafirma
Jairo Lugo-, fracasaron, porque “lo
impuesto siempre fracasa”, tal como lo plantea el politólogo de la
Universidad de Harvard, Karl W. Deuscht”.
Josh Chin y Liza Lin (Infobae 22 de septiembre de
2022) son los autores del libro “Estado de vigilancia, cuyo contenido explica la
búsqueda de China para lanzar una nueva era de control social”. Cuentan qué es lo que vieron en primera
persona en el gigante asiático. “El gobierno avanza en este plan con cada
mejora tecnológica y ofrece sus éxitos a otros regímenes autoritarios”;
detallan el uso de la vigilancia para crear una “utopía digital” con
base en las ayudas de los modernos sistemas.
Nigel Inkster (NY times 15-09-2022) fue director de operaciones e inteligencia del Servicio de Inteligencia
Secreto del Reino Unido y es el principal asesor de seguridad cibernética y
China en el Instituto Internacional de Estudios Estratégicos, señala el peligro
que representa en este momento y recomienda que “Los países occidentales no
deberían tener miedo de emprender acciones audaces”, así como lo hicieron
durante la guerra fría con la Unión Soviética, aprovechando –por ejemplo- el
mayor poder adquisitivo y de consumo de EUA para contrarrestar las amenazas de
Pekín, ya que la caída de la demanda de sus productos afectaría sus indicadores
económicos.
La Unión Soviética no perdió la Guerra Fría por sus
operaciones de inteligencia, que fueron buenas, sino por el fracaso de sus ideales de gobierno”, dice Inkster; advierte que
lo mismo puede resultar con China. Los legisladores y los servicios de
inteligencia occidentales deben innovar y adaptarse, asegurando que las
estrategias que emplean sigan los ideales de libertad, apertura y legalidad que
representan la mayor amenaza para el partido-Estado chino. Para ellos esta
labor es de supervivencia, por eso deben
adquirir tecnología e inteligencia comercial para que su economía siga
creciendo lo suficientemente rápido como para evitar la inestabilidad social.
Xi ha enfatizado en la necesidad de adoptar medidas asimétricas para alcanzar a
Occidente tecnológicamente.
La última amenaza de inteligencia estatal que puede compararse con el caso
chino, fue la que plantearon los soviéticos, pero ellos estaban aislados y
empobrecidos, mientras que la economía de China, en cambio, es un motor clave del crecimiento global,
lo que ha aumentado considerablemente el alcance de Pekín, dice Inkster.
El 7 de julio de 2022, la BBC de Londres reseñó la reunión de los directores del FBI, Christopher Wray (EUA), y el del MI5 (UK), Ken McCallum. El primero advirtió que China estaba sacando "todo tipo de lecciones" del conflicto en Ucrania. Esto incluyó tratar de aislarse de cualquier sanción futura del tipo que ha afectado a Rusia. Si invaden Taiwán, la disrupción económica sería mucho mayor que la observada este año, dijo, con las inversiones occidentales en China convirtiéndose en "rehenes" y las cadenas de suministro interrumpidas. Mientras que el segundo, señaló que Pekín era la "mayor amenaza a largo plazo para nuestra seguridad económica y nacional".
El utilizar la amenaza
y el control digital de la sociedad, bajo un Estado totalitario y
coercitivo, demuestra el rumbo chino. La incursión despiadada de Rusia en Chechenia,
Georgia, Siria y ahora Ucrania ha definido los sueños de Putin. También es
cierto que el impacto de la tecnología
ha generado amenazas en la sociedad democrática occidental y que la desigualdad es preocupante, aunque se
ha reducido en varios de sus factores tal como lo señala el último informe de
la Fundación de Bill Gate.
Si China fuera el paraíso y la potencia con la que se vende,
es inexplicable el éxodo histórico de
su población hacia el mundo –principalmente democrático-, y que su élite académica que se especializa en
las universidades de EUA y Europa prefiera quedarse y no regresar. Algo no
funciona bien en esta sociedad dominada por una dictadura comunista que ahora
busca el control digital; y, en el caso ruso, con un sanguinario y corrupto
dictador que insiste en masacrar pueblos para volver a una falsa grandeza que
se derrumbó con la caída de un simple muro en Berlín (Alemania) en noviembre de
1989.
Sin embargo, la inexplicable mentalidad humana ha dado
muestras de debilidad como ocurrió con Adolfo Hitler, cuando la élite
intelectual germana apoyó su genocidio, o el de los académicos occidentales que
justificaron la dictadura de Fidel Castro y sus crímenes, y los genocidios de
José Stalin y Vladimir Ilich Lenin en la Rusia comunista. Lo cierto es que el
dilema está planteado y la humanidad debe demostrar que el cúmulo de
conocimientos generados hasta el siglo XXI le permitirá escoger la mejor opción.